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jueves, septiembre 13, 2007

España juega fuera

Después de un partido, uno se va con unas sensaciones, con una idea de lo que ha visto, y de lo que ha pasado. Al día siguiente, al leer la prensa deportiva, se empieza a dar cuenta de que no se parece mucho, por no decir nada, lo que ha visto con lo que reflejan los medios. Tampoco se parece mucho lo que reflejan unos medios y otros. Esto se ha acentuado los últimos años, donde la palabra objetividad ha perdido su significado. No es que nadie sea objetivo, cosa imposible, sino que nadie la busca, lo que es mucho más alarmante.
Todo el mundo se parapeta detrás de una bandera y la defiende con mentiras y manipulaciones. Los diarios deportivos se identifican con un equipo y manipulan para que toda la información sobre ese equipo sea buena, lo de los demás sospechoso y malo.
Hasta los periodistas individualmente cojean exageradamente de un pie. No levemente, exageradamente.
Este fenómeno también se ve en la afición, que ya no ama a la selección, y sólo mira su terruño o su equipo. El caso de estos días, lamentable, es como sigue:
- La selección hace un entrenamiento a puerta cerrada. Inmediatamente se traduce en una afrenta a los aficionados, y por extensión a Asturias. Lo que implica que el seleccionador está en contra de Asturias.
- La selección tiene tres asturianos entre sus filas. Inmediatamente se muestra como algo notabilísimo y que el seleccionador no puede dejar de tener en cuenta.
- El seleccionador deja a uno de los asturianos sin convocar. Todo apunta a su animadversión por los asturianos.

Con estos ingredientes comienza el partido, donde sólo empieza un asturiano como titular, David Villa. La afición no llena el campo ni de lejos, aunque desde la televisión, a renglón seguido de mostrarnos las imágenes con gran parte de la grada lateral superior casi vacía, se empeñan en decirnos que está lleno. Debo ser ciego.

En la primera parte España tiene unos minutos buenos, tras los cuales consigue un gol, y desde entonces empieza a mostrarse rácana e indolente. La afición no anima, no presiona, y empieza a hacer la ola para entretenerse.

Así llegamos al descanso, con alguna que otra ocasión letona y el fantasma del fracaso rondando. Todo el mundo mira al seleccionador, a nadie más. David Villa, por su parte, ha hecho una primera parte flojísima, como su compañero de ataque, Fernando Torres. No funcionan juntos, no hay ni una combinación entre ellos, ni un pase. Se estorban continuamente haciendo los desmarques hacia el mismo sitio, facilitando la labor de los defensas.

Con esta situación, tras el descanso el seleccionador sustituye a Villa por Iniesta, y comete el gran sacrilegio. Todo el mundo, el mundo asturiano, se pregunta cómo es posible que le sustituyan si es infinítamente mejor que Torres, eso sin exagerar.

Es a partir de este momento cuando se demuestra lo más patético y lamentable de todo lo que se vio ayer. Cada vez que Fernando Torres toca un balón, primero unos pocos, luego más, y desde el minuto quince gran parte de la afición, silban al delantero.
Ha cometido el sacrilegio de estar al lado de Villa y no ser él el sustituido, así que silbemosle.
A nadie le importa que sea un partido importante para España. Se supone que está en su campo y ganando, pero la afición silba a su delantero, y no anima ni un poco a su equipo.
Casi finalizando el partido, Fernando Torres marca un gol y lo celebra con rabia ( en algún medio he leído que no lo celebró, sic.). Eso no es motivo para quitarle la razón al público soberano, en el siguiente balón que toca le silban tímidamente. En el siguiente a pleno pulmón.

El público soberano es un público lamentable. España juega fuera de casa, parece que ya no tiene casa y está condenado a un exilio intraterritorial.

Los medios de comunicación no han visto nada.

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lunes, septiembre 10, 2007

El nefasto sistema de clasificación del fútbol

España empató con Islandia, pero eso es lo de menos, incluso es mejor que si hubiera ganado por 0-5. Lo mismo da, porque realmente a nadie le importa más que eso, el resultado. A nadie le interesa ver ese partido, a nadie le emociona tampoco un España-Liechtenstein, ni casi ninguno de los partidos. No le importa al público, no le importa a los jugadores ni al seleccionador, lo único que todos quieren es pasar el trámite lo antes posible con un resultado positivo. ¿Y el fútbol?

Parece que los únicos que se empeñan en mantener este sistema clasificatorio son las federaciones nacionales, que aprovechan este calendario absurdo y esta acumulación de partidos intrascendentes para pasear las selecciones por su país y hacer caja. Por supuesto, a costa de los clubes, que son los que pagan.

¿Por qué no podemos tener un sistema de divisiones y de clasificaciones directas como en el baloncesto? ¿O en el tenis?.
¿Tiene algún sentido que un tío por ser de Andorra, Malta, Liechtenstein o San Marino, se juegue unos partiditos con Cesc, Fernando Torres, Puyol y compañía simplemente por tener el privilegio de haber nacido en un paraíso fiscal de reducidas dimensiones? Gente que ni siquiera tiene nivel para jugar en la tercera división española en muchos casos.

Si tienen entidad para jugar, que jueguen entre ellos y accedan a una división superior. Que el próximo partido de España contra Islandia, sea contra una Islandia que haya demostrado algo más que ser un equipo aguerrido con capacidad de jugar al límite del reglamento, entonces será hasta interesante a priori.

Por culpa de todo esto, además la liga tiene unos parones absurdos para luego acumular partidos en Miércoles y Domingos. Absolutamente lamentable.

¡Que envidia me da el baloncesto!, donde puedes ver un eurobasket con una fase de preparación adecuada y sin partir continuamente el campeonato para jugar con selecciones que a nadie le interesan.

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martes, septiembre 04, 2007

Miedo y tristeza

Según nos acercábamos a la esquina del bloque, la algarabía de adolescentes cesó de inmediato.
Doblamos la esquina y los vimos a todos, inmóviles, de pie. Todos separados entre sí unos metros, invadiendo completamente el ancho de la avenida peatonal.
Teníamos que cruzar al otro lado, y no había motivo para cambiar el rumbo, así que fuimos avanzando.
El más cercano parecía ecuatoriano, y colocado de perfil, miraba la pared fijamente. Sujeté firmemente la mano de mi hijo mientras pasábamos a su lado, ibamos a dejarlo detrás, fuera de nuestra vista.
Ninguno nos miraba, ninguno se miraba, aparentaban que nos ignoraban, que se ignoraban, pero en su mirada perdida se adivinaba la consciencia del entorno.
Los fuimos rebasando uno tras otro, todos inmóviles, el negro de más de uno ochenta y menos de dieciséis sólo miraba al suelo. El chaparrete de apenas quince con apariencia de haber vivido cuarenta tampoco se inmutó cuando lo sorteamos.
Ya estábamos en medio de todos ellos, con aire desenfadado y los sentidos alerta. Alerta la vista para observar un balón en el pie del flacucho.
Quizá todo es una coña, seguro que se quieren reír de nosotros, darnos un susto y hacer lo mismo con los siguientes.
El último, mirada al horizonte, de repente se agita, los demás también, y empieza el grito de guerra EEEEEEEEEEEEEHHHHHHHH.
Uno cambia el discurso: PUERTAAAAAAAAAAAAAAA, ANTONIO PUERTAAAAAAAAAA OEEEEEEEE
Una sonrisa se dibuja en mi rostro, primero de alivio, luego de alegría, de agradecimiento a los chavales por el recuerdo.
Luego tristeza, otra vez, tristeza.